La Sagrada Escritura
“¡Qué
dulce es tu palabra para mi boca,
es más dulce que la miel!...
Tu
palabra es una lámpara para mis pasos,
y una luz en mi camino”.
(Salmo
119,103 y 105)
“Desde
siempre el hombre está en búsqueda de felicidad y de sentido. Como dice con
finura San Agustín: “quiere ser feliz aun
viviendo de modo de no llegar a serlo” (De civitate Dei, XIV, 4). Esta
expresión plantea ya el problema de la tensión entre el deseo profundo del ser
humano y sus opciones morales más o menos conscientes. Pascal expresa de manera
admirable la misma tensión: “Si el hombre
no está hecho para Dios, ¿por qué sólo es feliz en Dios? Si el hombre está
hecho para Dios, ¿por qué se revela tan opuesto a Dios?” (Pensées, II,
169)”. (PONTIFICIA COMISIÓN BÍBLICA, Biblia y Moral, Introducción, 1)
La CONSTITUCIÓN
DEI VERBUM, establece:
“11.
Las verdades reveladas por Dios, que se contienen y manifiestan en la Sagrada
Escritura, se consignaron por inspiración del Espíritu Santo. La Santa Madre
Iglesia, según la fe apostólica, tiene por santos y canónicos los libros
enteros del Antiguo y Nuevo Testamento con todas sus partes, porque, escritos
bajo la inspiración del Espíritu Santo, tienen a Dios como autor y como tales
se le han entregado a la misma Iglesia. Pero en la redacción de los libros
sagrados, Dios eligió a hombres, que utilizó usando de sus propias facultades y
medios, de forma que obrando El en ellos y por ellos, escribieron, como
verdaderos autores, todo y sólo lo que Él quería.
Pues,
como todo lo que los autores inspirados o hagiógrafos afirman, debe tenerse
como afirmado por el Espíritu Santo, hay que confesar que los libros de la
Escritura enseñan firmemente, con fidelidad y sin error, la verdad que Dios
quiso consignar en las sagradas letras para nuestra salvación.
(…)
13.
En la Sagrada Escritura, pues, se manifiesta, salva siempre la verdad y la
santidad de Dios, la admirable "condescendencia"
de la sabiduría eterna, "para que
conozcamos la inefable benignidad de Dios, y de cuánta adaptación de palabra hace
uso teniendo providencia y cuidado de nuestra naturaleza". Porque las
palabras de Dios expresadas con lenguas humanas se han hecho semejantes al
habla humana, como en otro tiempo el Verbo del Padre Eterno, tomada la carne de
la debilidad humana, se hizo semejante a los hombres”.
San Pablo
nos dice: “Toda la Escritura está
inspirada por Dios, y es útil para enseñar y para argüir, para corregir y para
educar en la justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto y esté
preparado para hacer siempre el bien”. (2° Carta a Timoteo 3,16-17)
Tal es así,
como "después que uno estudia la Escritura se vuelve sensible, es decir,
adquiere el discernimiento y gusto de la razón para distinguir lo bueno de lo
malo, lo dulce de lo amargo… El instruido en las Escrituras se hace fuerte para
arrostrar todas las adversidades”. (SANTO TOMÁS, en Catena Aurea, Vol. I)
“Los
preceptos evangélicos, hermanos muy amados, no son sino enseñanzas divinas,
fundamentos para edificar la esperanza, medios para consolidar la fe, alimento
para inflamar el corazón, guía para indicar el camino, amparo para obtener la
salvación; ellos, instruyendo las mentes dóciles de los creyentes en la tierra,
los conducen a la vida eterna.
Ya por los
profetas, sus siervos, Dios quiso hablar y hacerse oír de muchas maneras; pero
mucho más es lo que nos dice el Hijo, lo que la Palabra de Dios, que estuvo en
los profetas, atestigua ahora con su propia voz, pues ya no manda preparar el
camino para el que ha de venir, sino que viene él mismo, nos abre y muestra el
camino, a fin de que, los que antes errábamos ciegos y a tientas en las
tinieblas de la muerte, iluminados ahora por la luz de la gracia, sigamos la
senda de la vida, bajo la tutela y dirección de Dios”. (SAN CIPRIANO, Tratado
Sobre la oración del Señor).
Porque “la
fe tiene cierta luz propia en las Escrituras, en la profecía, en el Evangelio,
en las epístolas apostólicas. Todos estos documentos, que se nos leen en
tiempos oportunos, son lámparas colocadas en lugar oscuro para que nos
dispongan a recibir la luz del día”. (SAN AGUSTÍN, Comentario sobre el Salmo
126).
De lo
contrario, “si la razón se vuelve contra la autoridad de las Sagradas
Escrituras, por muy aguda que sea, engaña con una apariencia de verdad. En ninguna
forma puede ser verdadera. Igualmente, si a una razón evidente trata alguien de
oponer la autoridad de las Sagradas Escrituras, no entiende quien eso hace:
opone a la verdad, no el sentido de aquellas Escrituras, al que no ha logrado
llegar, sino el suyo propio. Opone lo que encontró no en ellas, sino en sí
mismo, como si fuese en ellas.” (SAN AGUSTÍN, Epístola 143).
“La
interpretación de las Escrituras inspiradas debe estar sobre todo atenta a lo
que Dios quiere revelar por medio de los autores sagrados para nuestra
salvación. «Lo que viene del Espíritu
sólo es plenamente percibido por la acción del Espíritu»” (ORÍGENES, Homiliae
in Exodum).
“La
Escritura es clara en sus palabras, pero el espíritu humano es oscuro y, como
la lechuza, no puede ver la claridad… El espíritu de Dios nos ha dado la
Escritura, y nos revela su verdadero sentido, pero sólo a su Iglesia, columna y
apoyo de la verdad; Iglesia por cuyo ministerio el espíritu divino guarda y
mantiene su verdad, es decir, el verdadero sentido de su Palabra; Iglesia, en
fin, que es la única que cuenta con la asistencia del Espíritu de la verdad
para encontrar adecuada e infaliblemente la verdad en la palabra de Dios. El
que busque la verdad de la Palabra Divina fuera de la Iglesia, que es su
custodia, nunca la encontrará; y el que quiera poseerla por medio distinto al
de su ministerio, en vez de desposarse con la verdad, lo hará con la vanidad;
en vez de poseer la claridad del Verbo sagrado, seguirá las ilusiones del ángel
mentiroso, que se transfigura en ángel de luz”. (SAN FRANCISCO DE SALES,
Epistolario).
Según la CONSTITUCIÓN
DEI VERBUM:
“Habiendo,
pues, hablando Dios en la Sagrada Escritura por hombres y a la manera humana,
para que el intérprete de la Sagrada Escritura comprenda lo que Él quiso
comunicarnos, debe investigar con atención lo que pretendieron expresar
realmente los hagiógrafos y plugo a Dios manifestar con las palabras de ellos.
Para
descubrir la intención de los hagiógrafos, entre otras cosas hay que atender a "los géneros literarios".
Puesto que la verdad se propone y se expresa de maneras diversas en los textos
de diverso género: Histórico, profético, poético o en otros géneros literarios.
Conviene, además, que el intérprete investigue el sentido que intentó expresar
y expresó el hagiógrafo en cada circunstancia según la condición de su tiempo y
de su cultura, según los géneros literarios usados en su época. Pues para
entender rectamente lo que el autor sagrado quiso afirmar en sus escritos, hay
que atender cuidadosamente tanto a las formas nativas usadas de pensar, de
hablar o de narrar vigentes en los tiempos del hagiógrafo, como a las que en
aquella época solían usarse en el trato mutuo de los hombres.
Y
como la Sagrada Escritura hay que leerla e interpretarla con el mismo Espíritu
con que se escribió para sacar el sentido exacto de los textos sagrados, hay
que atender no menos diligentemente al contenido y a la unidad de toda la
Sagrada Escritura, teniendo en cuanta la Tradición viva de toda la Iglesia y la
analogía de la fe. Es deber de los exegetas trabajar según estas reglas para
entender y exponer totalmente el sentido de la Sagrada Escritura, para que,
como en un estudio previo, vaya madurando el juicio de la Iglesia. Porque todo
lo que se refiere a la interpretación de la Sagrada Escritura, está sometido en
última instancia a la Iglesia, que tiene el mandato y el ministerio divino de
conservar y de interpretar la Palabra de Dios”.
“Porque ahora y siempre hay personas que, con
la Escritura en sus manos, en su memoria y en sus bocas, cometen grandes
errores en cuanto a su interpretación, y esto porque tienen prejuicios contra
su verdadero sentido. (CARDENAL JOHN HENRY NEWMAN, Domingo de
Quincuagésima, Homilía sobre el Prejucio y la fe).
La PONTIFICIA
COMISIÓN BÍBLICA, en su documento Biblia y Moral, El hombre creado como imagen de Dios y su responsabilidad moral, (1.2), expresa:
“1.
El conocimiento y el discernimiento forman parte del don de Dios. El hombre es
capaz y, como criatura, está obligado a indagar el proyecto de Dios y a tratar
de discernir la voluntad de Dios para poder obrar justamente.
2.
Por razón de la libertad que le es dada, el hombre está llamado al
discernimiento moral, a la elección, a la decisión. En Gén 3,22, tras el pecado
de Adán y su sanción, Dios dice: “Mira
que el hombre ha llegado a ser como uno de nosotros, por el conocimiento del
bien y del mal”. El texto es difícil de explicar. Por un lado, todo indica
que la afirmación tiene un sentido irónico, porque mediante las propias fuerzas
el hombre, pese a la prohibición, ha buscado poner la mano sobre el fruto y no
ha esperado que Dios se lo diese en el tiempo oportuno. Por otro lado, el
significado del árbol del conocimiento total – hay que entender así la
expresión bíblica ‘bien y mal’ – no
se limita a una perspectiva moral, sino que significa también el conocimiento
de las suertes buenas y malas, es decir del futuro y del destino: Ello incluye
el dominio del tiempo, que es competencia exclusiva de Dios. En lo que atañe a
la libertad moral dada al hombre, no se reduce a una simple autorregulación y
autodeterminación, al no ser el punto de referencia ni el yo ni el tú, sino el
mismo Dios.
3.
La posición de guía confiada al hombre implica responsabilidad, compromiso de
gestión y administración. También al hombre le corresponde la tarea de formar
de modo “creativo” el mundo hecho por
Dios. Debe aceptar esta responsabilidad, también porque no hay que conservar la
creación en un estado determinado, sino que está desarrollándose y el hombre se
encuentra como ser que vincula en sí naturaleza y cultura, junto con la entera
creación.
4.
Esta responsabilidad debe ser ejercida de una manera prudente y benévola
imitando el dominio de Dios mismo sobre su creación. Los hombres pueden
conquistar la naturaleza y explorar las dimensiones del espacio. Los
extraordinarios progresos científicos y tecnológicos de nuestro tiempo pueden
ser considerados como realizaciones de la tarea dada por el Creador a los
hombres, que deben con todo respetar los límites fijados por el Creador. Pues
de otra manera la tierra pasa a ser un lugar de explotación, que puede destruir
el delicado equilibrio y la armonía de la naturaleza. Sería ciertamente ingenuo
pensar que podemos encontrar una solución a la crisis ecológica actual en el
Salmo 8; éste, sin embargo, entendido en el contexto de toda la teología de la
creación en Israel, pone en cuestión prácticas de hoy día y exige un nuevo
sentido de responsabilidad por la tierra. Dios, la humanidad y el mundo creado
están conectados entre sí y por eso también teología, antropología y ecología.
Sin el reconocimiento del derecho de Dios frente a nosotros y frente al mundo
el dominio degenera fácilmente en dominación desenfrenada y en explotación que
conducen al desastre ecológico.
5.
La dignidad que poseen las personas humanas como seres relacionales les invita
y obliga a tratar de vivir una justa relación con Dios a quien deben todo; la
gratitud es fundamental para la relación con Dios (cf. el parágrafo sucesivo,
n. 12, basado sobre Salmos). Además, ello lleva consigo entre las personas
humanas una dinámica de relaciones de responsabilidad común, de respeto al otro
y de la continua búsqueda de un equilibrio no sólo entre los sexos sino también
entre la persona y la comunidad (entre valores individuales y sociales).
6.
La santidad de la vida humana reclama un respeto y una tutela que incluya todo
y prohíba el derramamiento de la sangre humana “porque a imagen de Dios ha hecho él al hombre” (Gén 9,6)
(…)
1.2.3.
Conclusión: Tras las huellas de Jesús
13. El
Nuevo Testamento asume plenamente la teología de la creación del Antiguo
Testamento, confiriéndole además una dimensión cristológica determinante (por
ej. Jn 1,1-18; Col 1,15-20). Ello trae consigo evidentemente consecuencias
morales. Jesús vuelve caducas las prescripciones antiguas sobre lo puro y lo
impuro (Mc 7,18-19), aceptando de tal modo, sobre la estela del Génesis, que
todas las cosas creadas son buenas. Pablo va exactamente en el mismo sentido
(Rom 14,14; cf. 1 Tim 4,4-5). En cuanto a la expresión clave “imagen de Dios”,
el corpus paulino la recoge para aplicarla no sólo a Cristo, “primogénito de la creación” (Col 1,15),
sino a todo hombre (1 Cor 11,7; Col 3,10). No causa sorpresa que en las cartas
se encuentren las características antropológicas sugeridas por aquella
expresión, unidas al aspecto moral: racionalidad (“ley escrita en los corazones”, “ley de la razón”: Rom 2,15;
7,23), libertad (1 Cor 3,17; Gál 5,1.13), santidad (Rom 6,22; Ef 4,24), etc.”
“Sin
embargo, la fe cristiana no es una «religión
del Libro». El cristianismo es la religión de la «Palabra» de Dios, «no de un verbo escrito y mudo, sino del
Verbo encarnado y vivo» (San Bernardo de Claraval, Homilia super
missus est, 4,11: PL 183, 86B). Para que las Escrituras no queden en letra
muerta, es preciso que Cristo, Palabra eterna del Dios vivo, por el Espíritu
Santo, nos abra el espíritu a la inteligencia de las mismas
(cf. Lc 24, 45).” (CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA, 108).
“«Toda la Escritura divina es un libro y este
libro es Cristo, porque toda la Escritura divina habla de Cristo, y toda la
Escritura divina se cumple en Cristo» (Hugo de San Víctor, De arca
Noe 2,8: PL 176, 642C; cf. Ibíd., 2,9: PL 176, 642-643)”. (CATECISMO DE LA
IGLESIA CATÓLICA, 134).
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